Correrías artísticas parisinas



Hace unos días hice un recorrido por las galerías más importantes de Barcelona. Soy de esta ciudad y regularmente me doy un garbeo para ver cómo está el panorama. Lo mismo hice en París la semana pasada, acompañado de un sobrino mío de 27 años también artista. El motivo de mi viaje fue llevar unos pequeños guaches a una nueva galería abierta en Rueil- Malmaison, una ciudad al noroeste de la capital francesa.


Aprovechamos para callejear París, en especial por las principales galerías del Marais, la Plaçe des Vosges, la Rue du Seine y alrededores del elegante barrio de Saint Germain. Si conocéis París sabréis que es una ciudad hermosa, monumental diría yo. Todo es grande, majestuoso, elegante o decadente según el distrito en el que uno se meta. Pero el conjunto hace que de esta ciudad uno se vaya con la sensación de que algo enigmático e intenso le queda aun por descubrir. Eso es lo atrayente e hipnótico de París.



En azul podéis ver el barrio del Marais ( distrito 3) y Saint Germain (distrito 6) donde se encuentran una gran cantidad de galerías. Los puntos rojos indican la mayor concentración de galerías.



Plaçe des Vosges donde se encuentran muchas galerías. La plaza merece la pena visitarla.


Pero volviendo al tema que me interesaba por encima de todo, el recorrido por sus galerías de arte “contemporáneo” -palabra que detesto por el uso que se hace de ella- me dejó nuevamente decepcionado. Es cierto que la gran notoriedad y promoción que se le da al arte en París es muy superior a la de cualquier ciudad de nuestro país, ya que existe mucha más afición y un gran surtido de galerías en las que todos los estilos y tendencias tienen cabida, pero en general y según mi apreciación personal (y la de mi acompañante) lo que se respira y reina como vanguardia y elite del arte -al igual que aquí- es este arte insustancial, "contemporáneo", que pretende romper con todo sorprendiendo al espectador con absurdas fórmulas repetitivas, con inventos rebuscados, con recetas únicas pero en pocos casos estéticas en los que el artista busca tan sólo la notoriedad haciendo lo que sea, pero eso sí, y muy importante, cuidándose de que nadie lo haya hecho antes.

Parece ser que la exclusividad y la extravagancia son los parámetros por los que se rige y se valora el arte hoy en día. Se confunde la creatividad con la excentricidad, y la estética y el buen gusto con una fácil fórmula decorativa. Todo vale si consigues diferenciarte del resto y cualquier aberración queda eclipsada y al mismo tiempo justificada por esa mal llamada “contemporaneidad”. Resulta una paradoja que hace poco más de un siglo el artista osado que iba al revés de las modas y recorría su propio camino era excluido de los salones oficiales. Hoy en día esta osadía , en la que todo es posible, es confundida con la extravagancia , abriendo todas las puertas del arte oficial; y aquellos que no se apuntan a este galopar desenfrenado son marginados y relegados como antaño lo habían sido los más valientes. Y no me interpretéis mal, por supuesto que el arte debe ser osado, el auténtico arte no puede surgir de la cobardía, del aburrimiento, de la fórmula fácil, el auténtico arte debe surgir en un momento de arrebato pero al mismo tiempo debe ser sabiamente razonado. Van Gogh, un artista plenamente gestual y osado, lo sentencia claramente en una de las cartas a su hermano Théo: “No creo mantener artificialmente un estado febril, pero quiero que sepas que realizo un cálculo complicado de donde resultan, una detrás de la otra, unas telas hechas rápidas, pero calculadas con mucha antelación.” 



Van Gogh- La Iglesia de Auvers , 1890 (Museo de Orsay - París).



Siguiendo con nuestra excursión parisina intenté con mucho atrevimiento presentar mi trabajo en alguno de estos “Santuarios del Arte” parisinos, salas impolutas, vacías, silenciosas, que intimidan a cualquier artista ausente de las modas y también a cualquier transeúnte de la calle. En una de ellas, cuya obra expuesta me pareció que tenía una aproximación con la mía, atendieron mi ruego y examinaron mi trabajo. Expectantes, mi sobrino y yo, mirando el rostro de la galerista como si de una juez se tratase, observamos en sus facciones un aire de decepción: “C’est bien, mais c’est n’est pas contemporaine”- dijo con voz sentenciosa. Rápidamente comprendí que me había equivocado de lugar y, sin embargo, la obra expuesta en esta galería, de una artista catalana más que aceptable, me pareció menos “contemporánea” que la mía: se trataba de una figuración que rozaba la ilustración, pero tenía un tratamiento plano de los fondos que la hacía “contemporánea”, una fórmula repetida en todos los lienzos que le daba una unidad y un aire diferencial. Eso quizás le faltaba a mi obra, ese toque de modernidad buscado a propósito. Añadiré que este tipo de figuración se le llama hoy en día “nueva figuración”, pero me pregunto si este término es el más adecuado ya que llegará un momento, y creo que este momento ha llegado, en que esta “nueva” figuración ya no será nueva.

Algo acobardados intentamos por segunda vez hacer una incursión en otro de esos “templos sagrados” (mi sobrino exclamó: “- ¡Tienes unos huevos!”). En sus paredes colgaba la obra colectiva de varios artistas que nos pareció, tanto a mí como a mi joven acompañante, de un mal gusto difícil de explicar, pero al menos sus lienzos continuaban estando dentro de los confines de nuestra concepción artística. Salvo algunas excepciones, los cuadros allí presentes parecían haber salido de un bazar o de una tienda en liquidación, pero revestidos con elegantes marcos, rodeados de libros de los propios autores y en una galería elegante y de renombre de uno de los mejores barrios de París, esos cuadros parecían algo inalcanzable, un tesoro de una gran calidad artística. Y aunque la obra no nos gustase el lugar se nos antojó, a los efectos mediáticos, un perfecto escaparate para mostrar nuestra obra.

Poco duró nuestro arrojo y la intentona: ni siquiera se dignaron a ver nuestra obra, tenían cola hasta dentro de dos años, les sobraban artistas, ya habían pasado ese mismo día unos cuantos pesados como nosotros y aunque no había nadie en la galería no podían perder el tiempo mirando nuestro trabajo. Esto reavivó en mí una duda que hace tiempo me ronda el entendimiento: ¿No tiene un galerista que estar abierto y a la caza de posibles artistas de talento? Sé por supuesto que a menudo deben ver y soportar auténticos bodrios; pero ésta tendría que ser una parte importante de su trabajo que deberían realizar, incluso, con pasión, como si se tratase de un arqueólogo que ansía encontrar algún tesoro escondido.



Al día siguiente teníamos que regresar a Barcelona, pero hicimos una última tentativa en las galerías de la rue du Seine y rue de Guénégaud en Saint Germain. Ese día fue algo mejor, vimos la obra de algunos artistas que nos reconfortaron después de los agravios sufridos. ¡Pero que precios, madre mía! No me extraña que los transeúntes se mantengan alejados de las galerías de arte. Después tuvimos la suerte de conocer a una chica catalana que trabaja en una de las galerías cuya obra nos reanimó. Miró mi trabajo con detenimiento y atención, y creo que sinceramente le agradó. Nos contó algunas de las impresiones de su nueva vida en la capital francesa y pudimos hablar con ella de nuestras decepciones, de nuestras percepciones y de nuestras desventuras artísticas en París. Nos comprendió, nos animó, nos consoló y nos habló de algunas cosas del mundillo del arte... y de los contactos. ¡Ah, contactos! ¡Qué bella y deseada palabra para un artista! 

Me gustaría acabar con un mensaje algo más esperanzador, más positivo, no sea que me vayan a tachar de radical, de negativo, de pesimista. He podido disfrutar en París de algunas obras “contemporáneas” de muy buena calidad, de gran creatividad, de gran belleza expresiva. Sí, también en el arte actual existen muy buenos artistas, ¿por qué no habría de haberlos? Los tiempos cambian pero las emociones son las mismas de siempre y cuando un artista de talento trabaja con el corazón, es decir con emoción, sinceridad y con el oficio bien entendido, el resultado siempre es sorprendente y llega a lo más profundo del alma. Que nadie vaya a pensar que el arte se esconde únicamente detrás de galerías y museos esterilizados e impolutos, enmarcado en cifras astronómicas únicamente al alcance de los privilegiados. El arte puede estar allá, aquí, en cualquier rincón polvoriento. Sólo hay que estar receptivo… y atento a su llamada. 


















Estos pequeños gouaches de París los pinté entre los años 2007 y 2009.

Etiquetas: , , , , , , ,